Nuevo vocabulario y alternativa política para una «emergencia democrática» que viene de lejos

La lehendakari María Chivite ha calificado la situación que vive el Estado español de «emergencia democrática». Denuncia la utilización de las estructuras de poder del Estado para cuestionar y subvertir la legitimidad democrática. Aparatos del Estado, policías, jueces, empresas y medios de comunicación orquestan campañas que pretenden revertir lo que deciden las mayorías sociales e institucionales. Señala la violencia con la que la derecha española acosa a sus adversarios, a cargos y militantes, y a sus familias. Lo sabe porque la propia Chivite ha sufrido recientemente esos ataques.

Sorprende un tanto el adanismo de los dirigentes del PSOE, que se muestran estupefactos ante abusos autoritarios que llevan décadas sucediendo en el Estado español, en muchos casos con su cooperación necesaria. Que el presidente español, Pedro Sánchez, considere la maniobra del sindicato ultraderechista Manos Limpias contra su pareja, Begoña Gómez, como un ataque «sin precedentes» hace sospechar que pecan de cínicos, de frívolos o de inconscientes.

No obstante, más que reproches históricos, convendría invertir el tiempo en diseñar una estrategia política para la que, entre otras cosas, quizás haga falta otro vocabulario y nuevas referencias. La idea de «emergencia», en la que resuenan las demandas ecológicas, puede servir para invocar una forma contemporánea de alternativa nacional vasca.

Fin del negacionismo; y el retardismo no vale

Los parámetros políticos y jurídicos que se han ido institucionalizando a raíz de la muerte de Franco, de la Transición y de los Pactos de la Moncloa jamás desembocarán en una cultura democrática dialéctica, sana y plural. Desde el jefe de Estado hasta la última Federación, el privilegio es norma.

La idea de España formulada en esos pactos es metropolitana y segregacionista, no asume la pluralidad ni de pensamiento, ni de culturas ni de legitimidades democráticas. Impone una agenda y unos límites que constantemente constriñen la voluntad democrática de vascos, catalanes y galegos. Los demócratas, progresistas y liberales españoles –también algunas fuerzas regionales– apostaron por la concertación, pero la derecha les oferta subordinación o persecución.

«Ganar tiempo» es la doctrina histórica del PSOE para todos los problemas, desde los domésticos hasta los estructurales. Ni en cinco días ni en cinco décadas, la derecha española ni se rinde si se democratiza. Y si depende de ello, tampoco el Estado español.

En este contexto de autoritarismo, ganar tiempo es perder oportunidades de cambio. En ese periodo los van a destrozar, y nada parará la dinámica retrógrada de los poderes del Estado. Creer lo contrario es pensamiento mágico y retardismo democrático.

Un ecosistema democrático alternativo

Los mandatos democráticos, las culturas políticas y los equilibrios de poder en Euskal Herria son divergentes de los españoles. Solo el veto constitucional a que las mayorías puedan desarrollar sus proyectos pacíficos y democráticos, junto con el sometimiento a esas estructuras de poder corruptas, generan la ilusión de una unidad política.

Aquí la alternativa es viable. Para empezar, porque los autoritarios son minoría. Las fuerzas democráticas que asumen la pluralidad vasca deben articular una propuesta centrada en los retos del país y al servicio de la ciudadanía. No hay excusas y no debe haber vetos. Hay ejemplos, desde Iruñea hasta Baiona. En la CAV hay nuevas opciones, si existe voluntad.

En la nueva fase histórica que vive la sociedad vasca, el principio rector de todos los derechos para todas las personas se puede ver como un principio ecológico, basado en relaciones libres, justas, solidarias e igualitarias. No hay que esperar, ni al lunes ni a nadie.

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