Carlos Otxoa Barrikarte

A contracorriente

Frustración y fuera de juego. No son los más adecuados para opinar, pero son los lugares en los que me encuentro. Es lo que hay. ¿Decepcionado? Puede, aunque de estarlo, sería conmigo mismo. A pesar de todo ello, cometeré la osadía de reflexionar sobre el «qué hacer» con el denominado Monumento a los Caídos.

Se ha realizado un esfuerzo por aglutinar al movimiento memorialista, en sus diferentes expresiones organizativas, a favor del derribo del «Monumento», y se ha consensuado un manifiesto que, con ese objetivo, el del derribo, ha recibido la adhesión de la inmensa mayoría de los colectivos memorialistas. Lo positivo del hecho en sí, quedaría, en mi opinión, sensiblemente devaluado si no aprovecháramos la oportunidad que se nos presenta, y no acertáramos en el cómo, el quién y, sobre todo, el para qué del derribo del edificio.

Siempre he defendido que lo importante, en la lucha por la recuperación de la memoria, era el contenido político de la misma, que la eliminación de simbología franquista, la colocación de placas, los homenajes, las exhumaciones, etc., eran muy necesarias, pero que, tanto o más, lo era seguir la lucha por la que se sufrió represión, cárcel y muerte.

Haríamos una lectura equivocada del momento político, si no diferenciáramos las políticas que obstaculizan la recuperación de la memoria, de las que, aunque discrepemos, son favorables. El momento debería ser de colaboración y no de confrontación.

La iniciativa «Derribo ya», además de buscar la manera de superar los obstáculos normativos, legales, judiciales, etc., que existen, tendría que valorar la oportunidad, o no, de la vía del concurso de ideas por la que, probablemente, querrán transitar las instituciones. En el manifiesto, aunque no vislumbro ninguna posibilidad, se habla de estar abiertos al diálogo y a la negociación.

Defiendo la necesidad de intervenir en el edificio, y que el esfuerzo por confluir, de los colectivos memorialistas, debería basarse en el trabajo para definir un proyecto para ese espacio. Un proyecto, con contenido memorialista, en función del cual valoraríamos el tipo de intervención a realizar. Supondría, estoy convencido, la garantía de la transmisión memorialista y evidenciaría la incompatibilidad del mantenimiento del edificio con el proyecto memorialista.

Nada de esto, que no es nuevo y lo he defendido en diferentes foros y debates, ha tenido apoyo. Me encuentro, por lo tanto, a contracorriente. Defiendo, así mismo, la importancia de trabajar los contenidos memorialistas del proyecto, pensando en la transmisión, en el futuro y, en más de una ocasión, me encuentro con posturas de derribar y no hacer nada más. Se me ocurre valorar la importancia de la información, del debate y del análisis sobre los pasos que se deberían dar para llegar, con ciertas garantías de éxito, al momento de la consulta sobre el futuro del edificio y compruebo que, en algunas mentes, ni se valora la posibilidad.

No lo entiendo. Si se desprecia la oportunidad que, de cara a la transmisión memorialista, se nos presenta, así como la vía de la consulta, ¿qué nos queda? Incluso, en el hipotético caso de que el ayuntamiento diera por amortizado el concurso de ideas, dejara sin efecto el grado de protección del edificio, decidiera en pleno el derribo del mismo y procediera en consecuencia, nos quedaría la satisfacción de celebrarlo, por supuesto, por todo lo alto, se podría organizar el día, la semana y hasta el mes de la desaparición, ¡por fin!, de este maldito edificio, ¿y después? Al día, a la semana, al mes siguiente..., ¡nada!

Alegría por la efímera celebración del derribo, pero tristeza por nuestra incapacidad para elaborar una propuesta memorialista. La contribución que, en ese sentido, podría haber supuesto la intervención, quedaría convertida en una contribución a la ignorancia e indiferencia que, por otro lado, sigue su curso. Creo que, a pesar de los muchos obstáculos a los que nos enfrentamos por la recuperación de la memoria, estamos sacando la cabeza por encima del olvido. ¿Seremos capaces de hacerlo por encima de la indiferencia?

Ojalá esté equivocado. Así lo parece, pues siempre he pensado que la reflexión colectiva tiene más peso que la personal, y en este caso, donde casi una treintena de colectivos y varios centenares de personas a título individual se adhieren a un manifiesto, no voy a cambiar de opinión. Ojalá, como digo, se consiga el derribo y represente, además, un paso importante en la recuperación de la memoria. No lo digo desde la ironía ni desde la falsedad, lo digo con absoluta sinceridad. Es un tema lo suficientemente serio como para ironizar. Pero también, con total sinceridad, tengo que decir que me temo lo peor.

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