¿Se han preguntado alguna vez qué es, en realidad, la vida? Últimamente me lo pregunto a menudo y no sabría definir claramente por qué lo hago, quizás, porque cada día la vida me parece más corta y aún no he terminado de entenderla. Algunas veces intento responderme con un poco de coherencia, de lógica incluso, sin sentimentalismos, como si fuera una cuestión filosófica sobre la que es necesario crear un pensamiento o una teoría que alivie la incertidumbre existencial de por qué, para qué o cómo he vivido. Otras intento mirarla desde el sosiego de las palabras, desde la nostalgia de una canción que se parece a un poema o desde la emoción inolvidable de una novela, una película o una música que encadena cientos de sensaciones vividas. Entonces, creo que la vida puede ser sólo un instante, un recodo, un descanso en otro camino más largo. Y luego, están esos momentos en que siento que la vida es como una aguda punzada de dolor, un recuerdo inesperado, una alegría, un trabajo, una amistad, un fracaso que se repite, un cariño que se queda para siempre, una juventud que de vez en cuando vuelve y te saluda; un miedo, un sueño, una lucha, una esperanza, un porvenir que reclama su espacio, una despedida...
Cuando se fundó ETA yo tenía 11 años. Por eso, sesenta años después, cuanto se termina el ciclo de su existencia, la contundente rapidez con que el tiempo pasa, me abruma. Y me abruman los discursos y las noticias y las declaraciones y los análisis y ese intenso ir y venir de opiniones ajenas que quieren hacer historia y escribir un tiempo de sesenta años, en un solo día. Montones de vidas escritas en un relato único. Y como si estuviera sentada en un balcón, en la mitad de una tarde que espera al verano, con un artículo a medio escribir, sin saber exactamente qué decir en un momento tan crucial e importante, detengo el tiempo, para, en esos 60 años que me hacen más vieja, darme cuenta que soy lo que elegí, lo que hice, que tal vez y, definitivamente, la vida sea eso, montones de vidas pequeñas; un ser en el mundo en busca de una misma libertad, de un mismo compromiso que nunca envejecen. En definitiva, la experiencia más radical del ser humano. Por eso creo que la vida no tiene relato, sencillamente, ella es el relato. Igual que Euskal Herria, su relato es y será la Libertad.